Alarma: la tercera crisis económica será definitiva
La tercera plaga está a las puertas y esta vez puede ser definitiva.
Tras los dos azotes anteriores, el de las hipotecas subprime (2007) y el de la eurozona (2010), ahora nos amenaza la crisis de la deuda. Y parece mucho más peligrosa que las precedentes, según un reciente estudio elaborado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Unctad (según sus siglas en inglés).
Al hablar de las causas, la Unctad arremete contra las grandes empresas multinacionales y su enfermiza tendencia a recoger beneficios y especular con ellos en el mercado de valores en vez de invertir esas plusvalías en puestos de trabajo y en desarrollo sostenible, es decir, en productividad y educación.
Algunos periodistas especializados ya han dado la señal de alarma. Así, Ambrose Evans-Pritchard, del diario británico Daily Telegragh, suena tenebroso. "Puede ser la crisis definitiva del capitalismo globalizado, el deceso de la ortodoxia del libre mercado liberal promovida durante los últimos 40 años por las instituciones de Bretton Woods, la OCDE y la fraternidad de Davos". Pero ese pronóstico de escenario adverso podría servir para abrir las puertas a enormes oportunidades, a otro tipo de relaciones económicas menos oligopólicas que las actuales, relaciones que ya no promuevan que 50 familias afortunadas amasen tanto dinero como 2.000 millones de pobres, relaciones que solucionen el reparto desigual e injusto de la riqueza. Los países en vías de desarrollo han caído en una especie de trampa, porque importaron las deformaciones del sistema financiero occidental, antes de estar preparados para las consecuencias. Eso, en opinión de la Unctad, ha socavado "el vínculo beneficio-inversión" que en última instancia impulsa la prosperidad.
Esa 'trampa' se ha cerrado en Latinoamérica y los Estados no petroleros de Oriente Próximo, y ahora se cierne sobre China, catalizadora del desarrollo global. Si continúa la ralentización del crecimiento económico, toda esa enorme deuda no podrá ser pagada, y eso fundirá los mercados financieros mundiales. Se trata de 25 billones de dólares, equivalentes más o menos a todo el PIB nominal de Europa. Más: Economía de América Latina: la tormenta perfecta Estamos a punto de entrar en una espiral deflacionaria (descenso general del nivel de los precios de bienes y servicios), caracterizada por la fuga de capitales, la devaluación monetaria y la caída del valor de los activos, un contexto muy dañino que obstaculiza el crecimiento y reduce el volumen de los ingresos del Estado. La globalización no ha funcionado en los países en desarrollo y sólo ha beneficiado a los propietarios de capital, y a las grandes fortunas. Eso obviamente contradice la doctrina ortodoxa que se ha venido enseñando durante dos generaciones en las universidades y escuelas de negocios de todo el mundo. El modelo aplicado ha sido "injusto, inadecuado y contraproducente", como bien apunta un editorial del periódico británico The Guardian.
"No se pueden excluir las perjudiciales espirales deflacionarias. De hecho, éstas ya están ocurriendo en algunos países, incluyendo grandes economías emergentes como Brasil, Rusia o Sudáfrica, donde ha vuelto la recesión, o es inminente, con posibles efectos negativos indirectos en las economías vecinas", apunta la Unctad, cuyo objetivo es "maximizar las oportunidades comerciales, de inversión y desarrollo de los países en vías de desarrollo, así como la asistencia en sus esfuerzos para integrarse en la economía mundial".
Esta espiral negativa tiene muy mala pinta, pues se asemeja a un agujero negro del que no podríamos escapar. Eso ha estimado Álex Izurieta, economista senior de la División de Globalización y Estrategia de Sistemas de la Unctad. "América Latina sigue dependiendo de los ciclos en los mercados mundiales y no tiene la capacidad interna para poder sostener choques como la tiene Asia", ha dicho Izurieta.
El futuro no sostenible y no inclusivo que se nos viene encima es el de una economía mundial poblada por cientos de millones de consumidores con insuficiente poder adquisitivo y demasiadas deudas y por miles de empresas productoras con grandes beneficios y una débil propensión a invertir.
Encima de todo, no existe la suficiente coordinación entre las grandes economías. Los comunicados del G20 se han convertido en meras declaraciones de intenciones, en papeles mojados que no suelen ser cumplidos por los Estados miembros. Y los megatratados comerciales regionales, como el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) o el TTIP (Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión), han fracasado o han muerto antes de nacer. Lea también: Más de 30.000 personas protestan en Berlín contra la firma del TTIP El remedio que propone la Unctad es radical pero acude a recetas ya conocidas por los economistas. El mundo tiene que deshacerse de la ideología neoliberal y lanzar un 'New Deal' a escala global con un bombardeo de inversiones en los sectores estratégicos.
Se necesita regresar al modelo de Estado desarrollista que emprenda una potente política industrial respaldada por estrictos controles sobre los flujos de capital. América Latina sabe bastante bien lo que es el desarrollismo. Ha visto en su historia dos buenos precedentes de este tipo de política económica: el presidente de Argentina, Arturo Frondizi (1958-1962), y el de Brasil, Juscelino Kubitschek (1956-1961). Este último sigue siendo tan popular que en 2001 fue nombrado "el brasileño del siglo XX".
"Si los políticos no consiguen mitigar el impacto negativo de las desenfrenadas fuerzas del mercado, entonces el regreso al proteccionismo podría desencadenar una viciosa espiral descendente para todos", advierte el memorándum de la Unctad, firmado por su secretario general, el keniano Mukhisa Kituyi.
Lo que está aconsejando el principal órgano de la Asamblea General de la ONU a las naciones emergentes es que vuelvan a tomar el control de su destino y devuelvan la pelota a las enriquecidas élites financieras. Los países en desarrollo, por ejemplo, tienen que imponer controles de capital y forzar a los gestores de fondos de inversión a mantener más tiempo sus activos.
Es tiempo de que los políticos estén un poco más alarmados que antes. Los gobernantes de los países afectados deben ser ambiciosos pero realistas para sacudirse esta dominación asimétrica del sector financiero. Necesitan poner en marcha políticas macroeconómicas audaces que generen nuevas fuentes de crecimiento como, por ejemplo, el comercio electrónico. Necesitan entender que la fuerza laboral no es sólo un coste de la producción, sino también una importante fuente de demanda y de ingreso de impuestos. Pero también necesitan ser conscientes de que el contexto internacional no es nada favorable, con la atonía de la inversión, la caída de la productividad, el estancamiento del comercio, el crecimiento de la desigualdad y el aumento de la deuda.
Fuente: Sputnik
Tras los dos azotes anteriores, el de las hipotecas subprime (2007) y el de la eurozona (2010), ahora nos amenaza la crisis de la deuda. Y parece mucho más peligrosa que las precedentes, según un reciente estudio elaborado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Unctad (según sus siglas en inglés).
Al hablar de las causas, la Unctad arremete contra las grandes empresas multinacionales y su enfermiza tendencia a recoger beneficios y especular con ellos en el mercado de valores en vez de invertir esas plusvalías en puestos de trabajo y en desarrollo sostenible, es decir, en productividad y educación.
Algunos periodistas especializados ya han dado la señal de alarma. Así, Ambrose Evans-Pritchard, del diario británico Daily Telegragh, suena tenebroso. "Puede ser la crisis definitiva del capitalismo globalizado, el deceso de la ortodoxia del libre mercado liberal promovida durante los últimos 40 años por las instituciones de Bretton Woods, la OCDE y la fraternidad de Davos". Pero ese pronóstico de escenario adverso podría servir para abrir las puertas a enormes oportunidades, a otro tipo de relaciones económicas menos oligopólicas que las actuales, relaciones que ya no promuevan que 50 familias afortunadas amasen tanto dinero como 2.000 millones de pobres, relaciones que solucionen el reparto desigual e injusto de la riqueza. Los países en vías de desarrollo han caído en una especie de trampa, porque importaron las deformaciones del sistema financiero occidental, antes de estar preparados para las consecuencias. Eso, en opinión de la Unctad, ha socavado "el vínculo beneficio-inversión" que en última instancia impulsa la prosperidad.
Esa 'trampa' se ha cerrado en Latinoamérica y los Estados no petroleros de Oriente Próximo, y ahora se cierne sobre China, catalizadora del desarrollo global. Si continúa la ralentización del crecimiento económico, toda esa enorme deuda no podrá ser pagada, y eso fundirá los mercados financieros mundiales. Se trata de 25 billones de dólares, equivalentes más o menos a todo el PIB nominal de Europa. Más: Economía de América Latina: la tormenta perfecta Estamos a punto de entrar en una espiral deflacionaria (descenso general del nivel de los precios de bienes y servicios), caracterizada por la fuga de capitales, la devaluación monetaria y la caída del valor de los activos, un contexto muy dañino que obstaculiza el crecimiento y reduce el volumen de los ingresos del Estado. La globalización no ha funcionado en los países en desarrollo y sólo ha beneficiado a los propietarios de capital, y a las grandes fortunas. Eso obviamente contradice la doctrina ortodoxa que se ha venido enseñando durante dos generaciones en las universidades y escuelas de negocios de todo el mundo. El modelo aplicado ha sido "injusto, inadecuado y contraproducente", como bien apunta un editorial del periódico británico The Guardian.
"No se pueden excluir las perjudiciales espirales deflacionarias. De hecho, éstas ya están ocurriendo en algunos países, incluyendo grandes economías emergentes como Brasil, Rusia o Sudáfrica, donde ha vuelto la recesión, o es inminente, con posibles efectos negativos indirectos en las economías vecinas", apunta la Unctad, cuyo objetivo es "maximizar las oportunidades comerciales, de inversión y desarrollo de los países en vías de desarrollo, así como la asistencia en sus esfuerzos para integrarse en la economía mundial".
Esta espiral negativa tiene muy mala pinta, pues se asemeja a un agujero negro del que no podríamos escapar. Eso ha estimado Álex Izurieta, economista senior de la División de Globalización y Estrategia de Sistemas de la Unctad. "América Latina sigue dependiendo de los ciclos en los mercados mundiales y no tiene la capacidad interna para poder sostener choques como la tiene Asia", ha dicho Izurieta.
El futuro no sostenible y no inclusivo que se nos viene encima es el de una economía mundial poblada por cientos de millones de consumidores con insuficiente poder adquisitivo y demasiadas deudas y por miles de empresas productoras con grandes beneficios y una débil propensión a invertir.
Encima de todo, no existe la suficiente coordinación entre las grandes economías. Los comunicados del G20 se han convertido en meras declaraciones de intenciones, en papeles mojados que no suelen ser cumplidos por los Estados miembros. Y los megatratados comerciales regionales, como el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) o el TTIP (Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión), han fracasado o han muerto antes de nacer. Lea también: Más de 30.000 personas protestan en Berlín contra la firma del TTIP El remedio que propone la Unctad es radical pero acude a recetas ya conocidas por los economistas. El mundo tiene que deshacerse de la ideología neoliberal y lanzar un 'New Deal' a escala global con un bombardeo de inversiones en los sectores estratégicos.
Se necesita regresar al modelo de Estado desarrollista que emprenda una potente política industrial respaldada por estrictos controles sobre los flujos de capital. América Latina sabe bastante bien lo que es el desarrollismo. Ha visto en su historia dos buenos precedentes de este tipo de política económica: el presidente de Argentina, Arturo Frondizi (1958-1962), y el de Brasil, Juscelino Kubitschek (1956-1961). Este último sigue siendo tan popular que en 2001 fue nombrado "el brasileño del siglo XX".
"Si los políticos no consiguen mitigar el impacto negativo de las desenfrenadas fuerzas del mercado, entonces el regreso al proteccionismo podría desencadenar una viciosa espiral descendente para todos", advierte el memorándum de la Unctad, firmado por su secretario general, el keniano Mukhisa Kituyi.
Lo que está aconsejando el principal órgano de la Asamblea General de la ONU a las naciones emergentes es que vuelvan a tomar el control de su destino y devuelvan la pelota a las enriquecidas élites financieras. Los países en desarrollo, por ejemplo, tienen que imponer controles de capital y forzar a los gestores de fondos de inversión a mantener más tiempo sus activos.
Es tiempo de que los políticos estén un poco más alarmados que antes. Los gobernantes de los países afectados deben ser ambiciosos pero realistas para sacudirse esta dominación asimétrica del sector financiero. Necesitan poner en marcha políticas macroeconómicas audaces que generen nuevas fuentes de crecimiento como, por ejemplo, el comercio electrónico. Necesitan entender que la fuerza laboral no es sólo un coste de la producción, sino también una importante fuente de demanda y de ingreso de impuestos. Pero también necesitan ser conscientes de que el contexto internacional no es nada favorable, con la atonía de la inversión, la caída de la productividad, el estancamiento del comercio, el crecimiento de la desigualdad y el aumento de la deuda.
Fuente: Sputnik
Alarma: la tercera crisis económica será definitiva
Reviewed by Anónimo
on
9/30/2016
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