Venezuela: Economía Política de la Democracia (Un ensayo para la discusión) @DoubleplusUT #especial

Resumen: Venezuela es hoy expresión viva de procesos muy complejos. Se conjuntan su propia historia y características particulares –ser país petrolero– con la política y la economía del siglo XX latinoamericano, a la vez que país de ensayo de nuevas expresiones de la aparente contradicción entre liberalismo y marxismo. Se juega aquí la suerte de la última bandera disponible del socialismo, ahora denominado socialismo del siglo XXI.
En este trabajo, se pasa revista rápida al siglo petrolero venezolano, viendo cómo tal condición ha hecho posible el proyecto populista con todos sus resultados y negaciones. Fracaso económico, destrucción de la democracia y la emergencia de un cierto tipo de autoritarismo posmoderno, que haciendo uso de la institución democrática, la destruye sin más.
Por eso afirmamos que el autoritarismo populista no es sino la expresión de la apoteosis del imaginario premoderno que lo sustenta y cuya realización impone a la sociedad el pago de dos significaciones centrales de la modernidad: la libertad y la democracia.  La economía en el neoautoritarismo es vista como subsidiaria e incluso inoperante: se trata de administrar recursos y pagar la instalación del modelo social.
Las viejas discusiones entre riqueza y capital, buen vivir, producción y productividad, son sustituidas por vagos criterios de distribución, sin enlace ya con ninguna de las tradiciones teóricas que supuestamente sustentan el modelo. El asunto hace parte de la ya larga tradición de la “cultura de la simulación”donde decir y hacer no tienen nada que ver.
Que un modelo así necesariamente tuviera que fracasar parece casi una tautología; y, sin embargo, que no se escape una variable que lo hizo posible por casi 16 años y de vuelta lo haría nuevamente factible yendo precisamente a contravía con todas las teorías: el ingreso petrolero; que hace posible la conversión de la enfermedad rentista en política económica, pues, ¿qué sucedería nuevamente si la renta petrolera fuera capaz de financiar la sobrevivencia de tal sociedad de reparto autoritario? ¿Acaso la granja de Orwell no se haría mágicamente factible?
Este ensayo, sin embargo, va por otros senderos y discute los vínculos entre el imaginario populista  y lo que considera su destino póstumo: el autoritarismo. Reivindica la democracia como régimen y no como procedimiento y se une a quienes postulan la política y la democracia como las verdaderas variables independientes del entramado social, no determinadas y, por tanto, determinantes. La ampliación de la reflexión suscitada llevaría a un severo cuestionamiento de las cosmovisiones liberal y marxista; y a una retoma del desafío democrático.
Quien esto escribe está en deuda con los autores, escritores, investigadores, docentes, articulistas y profesionales citados, aunque asume la responsabilidad exclusiva de sus interpretaciones y afirmaciones. Tampoco se pretende con este ensayo agotar la discusión, ni mucho menos; por el contrario, se busca abrir la reflexión y el intercambio con vistas a procurar hacer posible y real un proyecto democrático para Venezuela.
Sumario:
§  Antecedentes
§  El ciclo petrolero
§  La sociedad autónoma en proyecto: la sociedad democrática
§  El socialismo del siglo XXI: apoteosis de un imaginario premoderno
§  Las negaciones del socialismo del siglo XXI
§  La Economía Política de la Democracia
1.     Democracia, libertad y modernidad
2.     Lo público: ámbito de lo político y la democracia
3.     Qué democracia
4.     Democracia: ¿régimen o representación?
§  Fuentes y bibliografía

§  Antecedentes
Venezuela inauguró este siglo con un proyecto político y social de envergadura. Se trata del socialismo del siglo XXI. ¿Qué es? ¿Cómo inscribirlo en la historia de la izquierda y la democracia mundial y latinoamericana? ¿Cuáles han sido sus realizaciones después de casi 16 años de gobierno? ¿Cuál es su postura respecto a la democracia? ¿Cuáles son sus tesis económicas? ¿Cuál es su futuro? Son estas preguntas de acuciante actualidad parte de lo que nos proponemos revisar, que no agotar, en este aporte. También otras, para nosotros de igual urgencia, son, ¿cuál es el futuro de Venezuela como proyecto nacional? ¿En qué medida este socialismo del siglo XXI es parte de nuestro pasado o de nuestro futuro? ¿Cómo concebir para Venezuela las categorías centrales de la modernidad como son libertad, política, democracia, economía; y cómo entender las relaciones que rigen entre ellas? ¿Hay determinismo? Y, si lo hubiera, ¿cuál es? ¿Es posible discernir un proyecto de país para Venezuela? ¿Qué proponer?
La historia no es fatalidad. Nada es porque sí inevitable y tampoco hay una línea de progreso garantizada en ningún sentido ni natural ni divino. La historia es creación humana. Ninguna trascendencia hay en esta afirmación y, en cambio, apuntala el sentido de la pregunta con la que terminamos el párrafo anterior; por eso, porque no cabe fatalidad es por lo que cobra sentido la pregunta: ¿Qué proponer? Se trata de perfilar una visión de país que inserte a Venezuela en el contexto mundial y, afirmativamente, en la modernidad. Que responda y reconozca la historia universal y la propia nuestra. Sin complejos y tampoco con patologías o ideologías preconcebidas y sus derivas fanáticas o pseudoreligiosas. Nuestra posición es esencialmente democrática. Decir democracia es apelar al territorio del ciudadano, un ser humano formado en el aprecio de los espacios privado y público; capaz de reconocer sus derechos y sus deberes, capaz de darse una ley y cumplirla, capaz de diálogo, reflexión y deliberación. Un ciudadano democrático reconoce que su opinión es siempre compartida y que la ley es para todos aunque en el debate democrático la suya no sea siempre la opinión dominante. Reconoce la diversidad y reconoce la existencia plena del otro. Reconoce la alteridad propia de lo histórico-social. Es capaz de darse un proyecto de vida en libertad y dedicarse responsablemente a él, sin menoscabo de los derechos de su prójimo y del resto de los ciudadanos.
Un ciudadano moderno reconoce la economía, la política, la democracia y las inscribe todas dentro de una noción clara de libertad. El presente trabajo intenta una reflexión sobre las relaciones de todas estas esferas entre sí, en el contexto de la historia y la economía venezolanas y propone una perspectiva centrada en la democracia, entendida como régimen y no como procedimiento.
§  El ciclo petrolero
Venezuela tiene una historia antes y otra después de la aparición del recurso petrolero, pero las cosas no son ni tan directas ni ocurrieron en forma automática ni inmediata y tampoco es que esta “aparición” es precalificable como conveniente ni lo contrario. Si se ha hecho popular el mito del “rico país petrolero” o el del “excremento del diablo”, es por una deformación interpretativa, pues nada permite afirmar tal cosa ni su contrario, ni teórica ni históricamente. Estas no son más que creencias tejidas en el imaginario colectivo, no pocas veces con responsabilidad grave de su liderazgo político y económico. El petróleo aparece en la realidad nacional el 31 de julio de 1914 en el Cerro La Estrella de la población Mene Grande, cuando se inició la explotación comercial del pozo Zumaque 1. Todo comenzó con una producción diaria de 250 barriles de petróleo. Contamos pues hasta 2014 con emblemáticos 100 años de explotación del recurso natural.
Investigadores tanto del área económica como otros con una perspectiva no económica, coinciden en identificar un primer periodo de “bonanza” (Saboín, XX:2014)  o “una democracia populista, muy efectiva” (Torres, 1:2014) hasta el año 1978 y sus alrededores, momento a partir del cual identifican un largo periodo de estancamiento hasta entrado el siglo XXI. Es interesante observar estas coincidencias entre visiones estrictamente económicas y otras más abarcadoras y con un ángulo de visión definitivamente más socio-cultural.  Es interesante, decimos, porque intentamos infiltrar en la teoría económica esas otras perspectivas, pues pensamos que la “teoría económica” por sí sola no se sostiene y mucho menos explica el encadenamiento causal que por mucho tiempo creyó determinar respecto al resto de la constitución de lo social[2].
En economía las dos grandes cosmovisiones que intentaron explicar la sociedad y que han marcado las elaboraciones teóricas correspondientes y dominantes, desde el siglo XVII hasta hoy, han sido la visión liberal y la visión marxista. Ambas, en sus raíces, han sostenido, cada una a su modo y fieles ambas al legado positivista heredado de la Ilustración, que lo económico determina la configuración del resto de la sociedad. Para los liberales el elemento determinante es el mercado, mientras para los marxistas se trata de su postulado de la infraestructura económica, de la cual tendría que derivar toda la superestructura de la sociedad. En ambos casos, se trata de postulados ahistóricos o que se encuentran por encima de la historia al ser considerados como elementos con rango de precedencia lógica necesaria del entramado social. Mercado y Ley Social, ambos con mayúscula, han constituido así para el desarrollo de la Economía Política y sus derivados sendos paradigmas, aparentemente divergentes y que están en la raíz de todo el extravío teórico-político actual. Dada la refutación histórica de cada uno de estos paradigmas, nos parece indefendible continuar sosteniendo tales cosmovisiones, aunque reconocemos que es una discusión que será necesario continuar dando no siendo este el lugar para tal cosa.
La economía, en nuestra perspectiva, no determina nada y, más bien al contrario, en todo caso, ella misma es otro producto más, derivado de la institución imaginaria de la sociedad[3], creación cada vez posible solamente porque es el resultado de la capacidad instituyente del hombre y su sociedad, combinación de imaginario individual radical y del imaginario social. No hay ley ni determinación y tampoco creación heterónoma de la sociedad. Las sociedades crean su propio mundo, incluyendo las explicaciones heterónomas que luego argumentan para ocultar la realidad de su autoinstitución permanente.
Con esto en mente regresemos a Venezuela, ¿qué llamamos el “ciclo petrolero”? Designamos con este nombre el periodo de 100 años que va desde 1914 hasta 2014 y hasta hoy, como resultado del cual el país abandonó su condición de nación rural, campesina y premoderna para ingresar gradualmente al siglo XX como país urbano y civil; mientras a la vez intelectual y culturalmente continuaba anclado en su premodernidad. De esta bipolaridad social es de lo que se trata. Los baños de modernidad que el país ha ostentado durante el siglo XX pasado y hasta hoy, constituyen, en efecto, adhesiones superpuestas a un imaginario social predemocrático, cuando no claramente militarista y antidemocrático. Lo que podemos llamar la tradición democrática venezolana está constituida por escasos cuarenta años que van desde 1958, con su “momento emblemático el 23 de enero”, hasta 1999, cuando comienza su pulverización definitiva. Por lo tanto, sin ir más lejos, de los 100 años del ciclo petrolero, 60 años han sido de abierta dictadura o de interludio democrático, por decir lo más. Extiéndase el cálculo a los 184 años de la historia republicana desde 1830 y estamos hablando de un magro 32% de convivencia democrática. Si consideramos nuestra historia desde la llegada de Colón por estas tierras, el porcentaje de “convivencia democrática” es apenas de 7,66% de nuestra historia.
En este sentido cobra importancia la posición del investigador y economista venezolano Asdrúbal Baptista. Para este autor, el petróleo “(…) pudo haber malogrado el crecimiento endógeno de la sociedad”. Identifica que en  Venezuela no hay “escisión” entre Estado y sociedad civil, lo que impide el equilibrio social y transforma al Estado en una entidad que termina “jugando ajedrez consigo mismo, y nuestra sociedad civil exigiendo al Estado: usted tiene que hacer esto y esto y esto, porque es deber del Estado esto, esto y esto”. Termina concluyendo que para “el caso venezolano nunca ha existido el liberalismo económico” (Baptista, 2014:1). Nótese la radicalidad del autor al negar toda cualidad liberal al ciclo petrolero venezolano. Se trataría de un mero mecanismo mercantil artificialmente sostenido por un Estado todopoderoso y dueño de todo aquello que impediría la emergencia de una ciudadanía autónoma, aún en el más blando sentido del término. Como puede derivarse de esto, la democracia así es fundamentalmente imposible.
Las posturas de los estudiosos de la economía nacional varían, pero cada vez parecen estar más de acuerdo en que la economía es insuficiente para garantizar libertades civiles y democráticas. Así, otro economista, Francisco Ibarra Bravo, afirma “No habrá democracia estable y verdadera mientras los venezolanos no seamos verdaderos ciudadanos, el camino que iniciamos en 1999 es el regreso (a) la servidumbre, a volver a ser siervos de quienes nos gobiernan” (Ibarra, 1:2014).
Parece que hay que reconocer que, al menos en nuestro caso, en perspectiva histórica, no puede afirmarse una tradición democrática dominante. La buena noticia es que cada vez se hace más claro para economistas e investigadores que el problema puede estar centrado en el déficit de democracia y la falta de una verdadera Paideia o educación ciudadana, solo sustentable en instituciones democráticas.
Cuando aparece el petróleo, gradualmente al comienzo y epilépticamente luego, sobreviene una aparente riqueza con todos los efectos tanto en la esfera económica y social, como en  lo profundo del imaginario colectivo. Nuestra reflexión acerca del ciclo petrolero parte de este enlace que consiste en la intrusión de la economía petrolera con todos sus efectos de “modernidad” en el contexto de una sociedad sin tradición democrática y de hecho “premoderna”, a su modo. Se trata de una doble espiral que se entrelaza pero que no garantiza, porque es imposible, ni la conexión real con la modernidad ni el desenlace democrático. Entiéndase, no impide tampoco que la modernidad y la democracia puedan ser, sino que tales realizaciones deben ser deseadas y trabajadas y se corresponden con un proyecto por la autonomía individual y social que trasciende la esfera económica y que no espera que sea un derivado de esta. Este es a nuestro juicio el aprendizaje.
En este sentido, Torres identifica un periodo de “democracia populista”, con logros económicos y sociales innegables, asentada en un “Estado liberal” y que prevaleció entre los años 1958 – 1978; economistas han caracterizado a las cercanías de estos años (1950 – 1970) como los “años dorados” (Saboín: 2014). En lo que atañe a este trabajo este periodo está curiosamente marcado por la estabilidad del precio del petróleo. Entiéndase bien, los “años dorados” se corresponden (¿paradójicamente?) con un periodo de estabilidad del precio. Como sabemos, la volatilidad en el precio de esta variable comienza en el año 1974 y desde entonces ha sido la cualidad fundamental del periodo que termina en 2014 y 2015. Este precio ya nunca más sería estable.
Precisemos un poco más cómo resultó esta evolución: desde 1974 hasta 1978 el precio se mantiene en $13.99 bp. Es a partir de 1979 que salta ese mismo año a $19.88 y en 1980 a $32.69, para promediar $31.43 desde 1979 hasta 1983, ambos años inclusive. ¿Por qué nos detenemos en 1983? Pues porque, como sabemos, en ese año se produce el “Viernes Negro Venezolano”, bajo la presidencia de Luis Herrera Campins.
Es decir, Venezuela registró una democracia populista asentada en un supuesto “Estado Liberal” con resultados económicos positivos desde 1958 hasta 1978, justo cuando los precios del petróleo se mantuvieron casi totalmente estables; y, es precisamente cuando los precios comienzan a elevarse en el periodo que va desde 1974 hasta 1983, cuando termina esa década con una profunda crisis económica y cambiaria. Entonces, ¿cómo entender toda esta aparente paradoja? El asunto nos invita a reconsiderar los mitos con los que hemos pervertido nuestra visión de país, atando nuestro crecimiento a la realidad petrolera mundial y confundiendo este crecimiento con verdadero desarrollo.
Ahora bien, la historia no concluye allí. Todo el periodo siguiente desde 1983 hasta 2003 es recesivo y se interrumpe con un nuevo repunte agresivo en los precios del petróleo para los años 2004 – 2008, que se estabilizan hasta 2014, cuando en julio se produce el derrumbe de precios que ahora vive la economía mundial y sufre la economía venezolana.  Nuevamente, la prociclicidad del comportamiento de la economía respecto a los precios del petróleo se manifestó plenamente.
Saboín nos muestra cómo el análisis comparado de los periodos 1978 – 2003 y 2004 – 2008, respectivamente, deja ver la sujeción cuasi perfecta del comportamiento del consumo familiar per cápita real (ajustado a los términos de intercambio) al movimiento de los precios petroleros. Tomamos de su trabajo la siguiente Tabla 1:


Como puede observarse, Venezuela, con un índice negativo de -1,3% en el consumo familiar per cápita, está por debajo de los promedios de sus pares en la OPEP, América Latina y el resto del mundo, para los años 1978 – 2003. En cambio, supera en más del 40% los promedios correspondientes para los países OPEP y por más de tres veces a sus pares en América Latina y el resto del mundo para los años 2004 – 2008. Se puede entender así las razones que proporcionaron la popularidad del Presidente Chávez[4]. Ahora bien,  si se considera la evolución de las variables económicas desde 2009 hasta 2014 se puede constatar cómo todos estos “logros” resultaron completamente insostenibles.
Visto a mayor plazo, la conclusión es que el crecimiento/decrecimiento de las variables económicas en estos treinta años confirma la prociclicidad entre los precios del petróleo y una bonanza aparente, sobrevenida y ajena a la productividad del país, que ha sido el denominador común para todo el ciclo petrolero. La verdad es que han sido 100 años de manejo procíclico de las políticas económicas de todos los gobiernos, tanto los populistas democráticos como el populismo autoritario actual.
Observemos el comportamiento del PIB  total de la economía y de los precios del barril petrolero venezolano para el periodo desde 1936 hasta 2014. Podemos considerar suficiente este periodo para catalogar los cien años del ciclo petrolero, puesto que el periodo desde 1914 hasta 19135, lo confirma. Queremos revisar la correlación entre el crecimiento real de la economía y la variable petrolera.

El gráfico muestra tanto la evolución histórica del precio del barril petrolero venezolano en el periodo considerado, como el comportamiento del PIB real, ambos medidos con base en el año 1997 y llevados a índices, a fin de poder realizar la comparación. Ambos han sido tomados de la obra “Bases cuantitativas de la economía venezolana: 1830 – 2008” del profesor Asdrúbal Baptista, cuya referencia completa puede verse en la bibliografía.
Comencemos con el PIB que Baptista designa con el nombre de “Índice de economía total”.
Tabla 2

Períodos de precios del petróleo a la baja
Índice de Economía Total Promedio
(Base 1997)

Cualificación del periodo
1981 – 1986/1988
66,91
Estancamiento
1991 – 1994
89,76
Crecimiento leve
1998
100,35
Estancamiento

Tabla 3

Períodos de precios del petróleo al alza
Índice de Economía Total Promedio
(Base 1997)

Cualificación del periodo
1974 – 1981
63,95
Crecimiento
1990
75,18
Crecimiento
1995 – 1996
93,34
Estancamiento
1999 – 2008
107,61
Crecimiento fuerte
2008 – 2014
nd
Estancamiento fuerte

Para los periodos de baja en el precio del petróleo el Índice de Economía Total tiende al estancamiento. Para aquellos al alza, la economía entonces crece, con la excepción de binomio de años 1995-1996 y el ya largo periodo 2008-2014 (habrá que añadir el 2015) en que el ciclo petrolero ha sido ya rebasado y que aún contando con altos precios y políticas fiscales expansivas, fue ya imposible el crecimiento dada la acumulación de efectos del desorden populista. Cuando en julio de 2014 los precios del petróleo se derrumbaron en el mercado mundial ya el daño a la economía nacional estaba marcado y la crisis estaba en el horizonte.
Podemos afirmar la prociclicidad como el vicio de todo el periodo petrolero; e incluso podemos medir su ineficacia a partir de un sencillo indicador de “elasticidad” del crecimiento del producto a partir de las variaciones del precio del hidrocarburo. Tomemos como base la misma serie.
Nótese cómo hasta 1974, inclusive, el comportamiento de la economía muestra una tendencia histórica creciente, independientemente de la marcha siempre deprimida de los precios del petróleo. A partir de 1974, como anotamos arriba, comienza la epilepsia de precios de esta mercancía en el mercado mundial, mientras el índice de economía total no reacciona al ritmo de aquellos. Por el contrario, en 1983 se produce el primer colapso de la economía real, del cual el país luego de casi 33 años no logra recuperarse. Serían recesivos nuevamente los años 2002-2003, y luego 2009-2010, para repuntar hasta 2013 y derrumbarse luego desde 2014, antes de la caída en los precios mundiales del petróleo, y 2015, que ahora transcurre. Dos observaciones son claras: hay correlación evidente entre el comportamiento de los precios del petróleo y la economía real medida por el Índice de Economía Total, pero tal sensibilidad ni está garantizada por alguna relación funcional, ni es elástica.
Tomando como base el año 1997, con la excepción de los años 1998 y 1999, los precios del petróleo han permanecido siempre por encima, en términos  reales, a aquellos de 1997, por lo menos en un +23% en 2001, con topes de hasta +628,43% en 2012.  Para todo el periodo 1998-2015 los precios del petróleo han superado en promedio anual a los de 1997 en 3,25 veces, esto es, +325%; mientras tanto el promedio de variación de la economía total ha sido del +2%, con un comportamiento errático y nunca mostrando tendencias de continuidad. Véase el siguiente cuadro:


Nota al cuadro:
2008.    Cálculos propios a partir de cifras tomadas de la obra XXX, hasta 2008. Los años 2009-2010 son estimaciones propias
2009.    VAR%IET: Variación porcentual del Índice de Economía Total
2010.    VAR%IPP: Variación porcentual del Índice del Precio del Petróleo

La conclusión es evidente: si para que la economía logre un crecimiento promedio de apenas el 2%, es preciso mantener los precios del petróleo al menos al triple de aquellos que tuvimos en 1997 y esto para siempre, cualquier modelo de crecimiento, sin ni siquiera hablar de desarrollo, es completamente inviable. Si para algo ha servido el periodo populista autoritario de los últimos quince años ha sido para pulverizar los mitos de la economía rentista y el imaginario que le es propio.
§  La sociedad autónoma en proyecto: la sociedad democrática
El proyecto social por la autonomía individual y social es la sociedad democrática en proyecto. Supone un sujeto reflexivo y deliberante y, a la vez, requiere una sociedad que estimule la presencia de este sujeto. Se trata del individuo autónomo en la sociedad autónoma, ambos siempre en proceso de elaboración. Nótese la impertinencia que supone llamar a esta sociedad socialismo o capitalismo. El desplazamiento de énfasis que proponemos consiste precisamente en un apartamiento de las dos grandes cosmovisiones que han dominado la modernidad desde el siglo XVII: liberalismo y marxismo. No se trata de una “tercera vía”. Es un desplazamiento de énfasis, repetimos, de lo económico hacia lo político y de ésta esfera hacia el postulado democrático. Es un ethos o modo de ser otro de aquel en que derivó la Ilustración y la modernidad. No se trata de afirmar que el “núcleo determinante” de la sociedad es la propiedad privada o las leyes del mercado y tampoco la propiedad colectiva o, menos aún, la propiedad estatalizada. Es evidente que se admite la propiedad y el mercado, pero en lugar de afirmar que basta con estas instituciones para garantizar la democracia y una sociedad con sentido, se busca la composición de sentido individual y social en la afirmación del ethos del ciudadano democrático y en una retoma de la política como modo de ser del ciudadano y, en fin, de una educación democrática.
Todo esto consiste en una profundización sincera de las instituciones democráticas que hicieron posible el Occidente moderno. Se trata de impedir el secuestro de la institución democrática por ninguna de sus instancias: política, económica, militar o religiosa y mucho menos por parte del Estado. Veamos en extenso cómo lo aprecia Ana Teresa Torres, psiquiatra, investigadora y escritora venezolana; explicando aquello que entiende por imaginario democrático. Nos dice:
“Entiendo por ello no solamente el cumplimiento de algunos ritos y formas democráticas, como el ejercicio del voto o la existencia nominal de los poderes públicos, sino el reconocimiento de los valores esenciales del sistema, tales como la separación de poderes, el respeto por las leyes y la Constitución, los derechos de las minorías políticas, la alternabilidad de gobierno, el sometimiento del poder militar al civil, la credibilidad en los organismos del Estado como representantes y custodios de los derechos y deberes de todos los ciudadanos, y en general la aceptación de una cultura ciudadana”. (Torres, 2:2014)
Suscribimos íntegramente el punto de vista de la investigadora; y es que, añadimos, sin imaginario democrático, sin las significaciones imaginarias sociales correspondientes, el proyecto democrático es insostenible y no puede esperarse que la “bonanza petrolera”, o en otras palabras, la economía se hará cargo o dará lugar de manera funcional a toda esta composición de sentido; es al contrario, en ausencia del “imaginario” la institución social resulta degradada y se abren los caminos para la negación de la democracia. Es lo que muestra contundentemente el ciclo petrolero venezolano al que aludimos en el punto anterior. De acuerdo con nuestro análisis, el populismo autoritario al cual condujo el ciclo petrolero ni es casual ni tampoco el resultado de una trampa urdida por algunos; es la derivación explicable a partir de la degradación o frustración institucional, educativa, psíquica y política de la nación.
Una economía sin las significaciones imaginarias sociales de la democracia podrá, quizá, conseguir crecimiento pero jamás progreso, pues este se mide en el plano ético y no numérico. China es hoy en día una poderosa economía y ha reducido la pobreza en 60% y sin embargo es un país sometido, sin ciudadanos. Allí el fracaso comunista fue mutado hacia un verdadero capitalismo/socialismo/autoritarismo  –lo que, de paso, pulveriza todas las premisas liberales y marxistas al mismo tiempo–. Desde nuestra perspectiva, China crece,  pero no progresa. Allí solo cabe un sujeto fabricado para producir y consumir, no para gobernarse a sí mismo, pues sin asuntos públicos no hay espacio público y donde esto ocurre tampoco hay política y la democracia no puede ser. Lo público deviene “propiedad privada del déspota” o la casta de turno y la libertad es imposible; y, atención, todo esto puede ocurrir mientras la economía crece, incluso en forma sostenida.
Por lo tanto, se requiere el “entorno” apropiado y este no puede ser otro que la institución democrática. Es este el gran proyecto de Occidente desde la Grecia Clásica hasta hoy. Herencia traicionada muchas veces, pero viva. Es también el legado de la ilustración y la modernidad, pues desde entonces el ser humano y su sociedad advierten y se hacen conscientes de su capacidad autoinstitutiva, abandonan toda heteronomía divina y declaran que “ser moderno es no aceptar la verdad revelada”, ni divina ni sometida a ley natural ni histórico-social. Ahora bien, es un hecho que la Ilustración recayó nuevamente en la heteronomía al rendirse ante el imperio de la razón positivista. Así pues, superar la heteronomía positivista de la razón, es precisamente el siguiente progreso hacia una verdadera modernidad. Progreso que, con los dolores correspondientes, está siendo posible a partir de la experiencia histórica, intelectual y política del siglo XX.
Así pues se trata de hacer posible la formación del “ciudadano democrático”. Un miembro de la polis que de forma continua participa activamente en ella. Acá solo son posibles dos opciones: o emerge el ciudadano o el ser humano se transforma en un número más en las estadísticas de producción y consumo, cuando hay éxito económico. Esto es lo que perdió de vista tanto el liberalismo económico como el marxismo: ambos creen haber descubierto aquello que determina el resto de lo social a partir de la economía y declaran dogmáticamente que es el mercado o la teoría de la superestructura. En ambos casos se trata de centralidad heterónoma en lo económico y  ocultamiento de la autoinstitución. El resultado final no puede ser otro que aquel que vemos en el proyecto autoritario. Tanto el liberalismo económico como el marxismo suponen para sí mismos una racionalidad absoluta que por lo tanto tiene que negar cualquier otra racionalidad, para terminar intentado imponerse para siempre, sin advertir la sin razón que todo esto supone.
Pero ocurre que el resultado de esta racionalidad-centralidad-dominio de lo económico sobre el resto de la vida social no puede ser sino patología: el control psicótico de la sociedad. Esta es la interpretación que hacemos de la lectura no económica del asunto. Es esto a lo que ha conducido el abandono de la economía política en nombre, primero, de una teoría económica fría y descarnada; y luego, en nombre de las ideologías totalitarias, en cualquiera de sus empaques: marxismo, nazismo, fascismo, sociedades religiosas, populismo posmoderno latinoamericano, etc.
Es en esta tradición degenerada que entendemos los neoautoritarismos latinoamericanos de moda, donde sin la menor duda inscribimos al socialismo del siglo XXI. No es casualidad que el régimen venezolano hoy se llame socialista y sin pedir paso apele por igual al marxismo que a cualquier religión  –católica, evangélica, babalao – o al ancestralismo histórico; y hasta la brujería, no siendo en realidad coherente con ninguna. En este despliegue neurótico habrá siempre una y la misma víctima: la democracia; y con ella la posibilidad del proyecto de autonomía individual y social y la libertad que defendemos.
§  El socialismo del siglo XXI: apoteosis de un imaginario premoderno.
La tesis central de nuestro trabajo es que aquello que representa el socialismo del siglo XXI en el encuadre de nuestra historia contemporánea no constituye, en realidad, nada nuevo, sino la intromisión de cierto discurso y la ideología correspondiente en la sociedad venezolana; discurso e ideología que, en sí mismos, nada nuevo son tampoco y nunca han sido debidamente desplegados más allá del propósito cada vez más desvelado de mantenerse en el poder “para siempre”. Se identifica en ese discurso una aparente oposición frontal al capitalismo como sistema, acompañado de un enaltecimiento de los pobres y las culturas ancestrales. ¿Es marxista esta postura? Veamos.
Marx partió del capitalismo para superarlo y jamás para devolver la historia a etapas precapitalistas que consideró, siendo consistente en esto consigo mismo, dentro de su filosofía y su materialismo histórico, como cosas superadas para siempre. Si postuló su socialismo y el comunismo al que daría lugar  –erradamente o no, no es el caso aquí–  fue porque los consideró etapas superiores, que sustituirían al capitalismo superándolo en todo. Jamás habría postulado la desindustrialización, por ejemplo, y en una lectura occidental y no asiática de sus teorías, incluso su discurso fue contra la propiedad privada, pero no contra la propiedad como un todo, que de suyo consideró ineliminable, porque de otra manera, ¿cómo sostener el paso de la propiedad de los medios de producción del capitalista a la clase obrera? En todo caso, como se sabe, tampoco el término y el ideal socialista es propiedad de Marx. Allí están los socialistas utópicos anteriores, tan cuestionados por el mismo Marx, para demostrarlo; y están también el socialismo europeo y democrático del siglo XX, también vigente en América Latina. Decimos esto para conceder al socialismo del siglo XXI el derecho al uso del término. Pero el problema es su intolerancia e incoherencia con todas de las definiciones del mismo y consigo mismo. Esto en primer lugar: el socialismo del siglo XXI no es marxista por donde quiera que se le mire, aunque use a conveniencia el término de manera completamente vacía, cuando no falsa. Tampoco es democrático, aunque postule su “democracia participativa y protagónica”.
¿Es anticapitalista el socialismo del siglo XXI? En el discurso, quizá, si es que eso fuera suficiente para algo; pero, en la práctica real, en qué sentido podría serlo cuando su propia supervivencia depende en un ciento por ciento de los precios de realización del producto que mueve la economía mundial que, como se sabe, es capitalista, incluyendo a China. Se trata de un régimen que en el día despotrica del capitalismo y de noche reza para que se sostenga y crezca, como única opción de hacerse viable económicamente gracias a los precios del petróleo.
Las contradicciones continúan si evaluamos el supuesto apego del régimen a los derechos ancestrales de una población mítica que habría sido devastada por Occidente desde la misma conquista hasta hoy o a los pobres de cualquier momento. ¿Qué pueblos ancestrales son esos y dónde están? ¿Qué concepto de justicia ancestral es ese? ¿Debemos entregar la sociedad a las minorías o, incluso, a las mayorías raciales? ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿No deberíamos por el contrario promover la convivencia aunada a la modernidad, con el respeto por cada nacionalidad? ¿Por qué el miembro que se considere minoría (o mayoría) identitaria iba a ser más venezolano que usted o yo o nosotros más que ellos? La ancestralidad es sencillamente un recurso de cooptación de la interpretación histórica y nuevamente es parte de la idea de desprender de la conciencia colectiva todos aquellos hitos identificatorios con el occidente moderno.
En cuanto a la pobreza, ¿qué se puede exaltar de ella? ¿No es acaso algo que superar y punto? Acá los absurdos e incoherencias del socialismo del siglo XXI llegan a los máximos: ¿debemos mantenernos todos pobres para siempre? ¿Por qué? Y si debemos superar la pobreza, ¿qué clase de no-pobres debemos ser? ¿Quién dicta la norma? En Venezuela ya hemos visto lo que nos tiene preparado el socialismo del siglo XXI; y, hay que decirlo, nada nuevo es: se trata de una nomenklatura o “casta” –la de siempre–  llena de privilegios frente a una población mísera y sometida. Es todo. Mantener la pobreza es más bien parte del proyecto hegemónico de dominación: siempre será más fácil de sostener frente a una población débil económicamente y sin otros recursos que aquellos que le “conceda” un Estado todopoderoso.
Yendo al hilo de la historia contemporánea de Venezuela, cuando se evalúa el desempeño del régimen actual por sus realizaciones concretas lo que se observa es la replicación de todos los errores que en materia de políticas públicas y, más precisamente económicas, ya cometieron todos los gobiernos que lo precedieron, con una sola diferencia: ninguno de los gobiernos anteriores llevó hasta sus últimas consecuencias el populismo y la ausencia absoluta de criterio económico. Es lo que llamamos apoteosis del imaginario premoderno.
§  Las negaciones del socialismo del siglo XXI
Así pues, el socialismo del siglo XXI es, visto desde la perspectiva de la modernidad, aquel  proyecto que ha sido capaz de ignorar sin más la política, la historia y la economía. El compendio de todas estas supresiones no puede ser otro que la liquidación de todo vestigio de democracia y, en el extremo, de libertad individual y social. El único proyecto es el “Plan de la Patria”, la única visión es la de la burocracia y el único discurso aquel que emana de las alturas del poder. Pero, recordemos, para la modernidad, la política es el territorio donde la sociedad debate los asuntos colectivos y públicos, con arreglo y respeto por el espacio privado. Aquí es imposible presumir siquiera la posibilidad de un mundo que opine de una sola forma y que, de paso, esta sea la que convenga a la nomenklatura dominante. A su vez, la supresión de la historia es otra de las metas del régimen y para esto basta con ver las políticas educativas al nivel que se quiera. Los  intentos de imponer el discurso educativo único favorable al régimen son incontables, desde los textos de primaria hasta el manejo de la política universitaria. La modificación de los símbolos patrios no es, dentro de estos propósitos, asunto del azar. Se trata de dislocar todo el imaginario para imponer al hegemón. Así, la historia es la gesta guerrera de la casta militar que salva recurrentemente al país y que para nada requiere de ciudadanos, a quienes protege a lo sumo, para lo cual es preciso que someta.
En cuanto a la economía, ¿cuál es la teoría económica de este régimen? Respuesta: ninguna. Entonces, ¿cuál puede ser la política económica de un régimen que no tiene ninguna teoría económica? Respuesta: ninguna. Pero, entonces, ¿cómo entender un gobierno sin política económica? Respuesta: no le interesa. Lo suyo no es gobernar, sino mantenerse en el poder. Y, ¿en qué puede basarse tal pretensión? Pues en la chequera petrolera. Se trata de un régimen que solo quiere vivir de la renta. Ha recibido más de 1,7 “millones de millones de dólares” y creyó que esta bonanza sería para siempre. Con este dinero pretendió hacer posible su proyecto. Esto conecta de nuevo la política autoritaria con la teoría económica y la política económica. En la jerga, podemos llamar a esta “forma” populista de entender la economía tercermundista como “enfermedad holandesa”.
§  La Economía Política de la Democracia
1.     Democracia, libertad y modernidad
Creemos que la democracia define el régimen de la libertad y la modernidad. Es, en efecto, el sistema donde reina la opinión y jamás una “ciencia” segura, que es imposible. Este primer detalle implica que la creencia “moderna” en los expertos de lo universal, expertos de la política, aquellos que sabrían dictar “siempre” qué debe hacer la comunidad, no existen. Son un invento interesado para crear un mercado muy rentable y también por aquellos poseídos por su compulsión de dominio, amantes del poder por el poder mismo. De ambos tenemos ejemplos en Venezuela.
Así pues, la opinión que reivindicamos como legítimamente democrática es la de la comunidad política. La comunidad política es el colectivo anónimo: usted y yo, todos quienes conformamos un imaginario común y un “somos”. Terminamos articulados en un valor que llamamos “Venezuela”. Una significación que trasciende nuestra condición individual, que da sentido a esa comunidad que dice “somos venezolanos”, porque allí queremos a nuestros hijos y su descendencia; lo que nos conecta con un futuro deseado.
1.     Lo público: ámbito de lo político y de la democracia
La democracia confía y reposa en la capacidad de todos de participar en los asuntos de todos. ¿Existe ese territorio que denominamos “lo público”? Si la respuesta es Sí, entonces, ¿quién va a ocuparse de “eso” si no es la “comunidad política”? Cualquier alternativa conduce a justificar la vocación autoritaria que también existe y siempre está allí. Entonces, el problema que enfrenta la sociedad moderna es cómo articularse sin socavar la democracia. ¿Por qué? Porque pegada a la democracia está el «mayor bien de todos»: la libertad.
El problema es prepolítico, educativo e incluso psíquico. El ser humano puede acceder a la autonomía, pero tendrá que aprenderla ejerciéndola. Tal ejercicio requiere afecto porque fabrica el hábito de la libertad a través del esfuerzo continuado; la libertad necesita pues ser querida, deseada, amada. El problema moderno de la democracia y la libertad reside en que nos hemos convencido de que ambas consisten en que cada uno se retire a atender exclusivamente sus “propios” asuntos; y este “combo ideológico” se ha completado con la falsa idea de que lo público no existe o es un estorbo del que sólo especialistas deben ocuparse. Esto nos lleva a la educación como estrategia fundamental del ethos democrático. No hay vínculo directo, automático, entre política y democracia. La democracia sería una manera de entender ese proceso de reflexión sobre sí misma, cuando se abre de manera pública y el camino que conecta es el de la educación democrática.
1.     Qué democracia
Queremos elecciones libres y pulcras; que respeten los resultados, sean los que fueren, siempre; y que la autoridad reguladora sea independiente del gobierno de turno. Sea cual sea. Pero no sólo eso: queremos que los cargos no sean reelegibles indefinidamente y menos aún el de presidente de la república, queremos que todos los cargos sean revocables. Y queremos más porque hasta aquí lo que tendríamos sería un sistema electivo oligárquico y no verdaderamente democrático. Queremos democracia y no sólo “representación”. Aquí comienza nuestra discusión, porque es claro que usted o yo podemos admitir alguna de estas condiciones y otras no. Esto abre la discusión: ¿qué democracia queremos?
La democracia, si se queda en la “representación”, se niega a sí misma porque “profesionaliza” la política y esos “profesionales” se combinan con el poder económico. Así, las desigualdades de todo tipo se alentarán, con las secuelas conocidas. La tendencia “natural” de un sistema así es a no representar a nadie. O, en todo caso, seguro no a las mayorías. Los “representantes” terminan protegiendo los derechos y la propiedad de quienes ya gozan de ambos.
Entonces, ¿cuál debería ser el propósito de la política? Respuesta corta: disminuir la desigualdad y ampliar la libertad; y el problema con la representación es que anula a la comunidad. Es ceguera no querer ver el vaso comunicante entre lo anterior y el autoritarismo. ¿No es autoritarismo que una misma “clase” política maneje el país para siempre, excluyendo a la comunidad política y, para colmo, con más desigualdad? El destino de esto es el desprestigio del sistema.
Ahora bien, ¿acaso no es el colmo de lo anterior que una sola y misma “persona” o “grupo” maneje el país como quiera y para siempre? –¿no es acaso Venezuela hoy el mejor ejemplo?– ¿la figura autoritaria no es acaso la representación llevada a su extremo? El perro se muerde la cola: se comienza como democracia representativa para terminar como “representación” sin democracia. Aparece luego el “héroe salvador”, que eventualmente se hará dictador o que cuando se“va” nos deja a “su” representante (el de él) y la historia vuelve a repetirse. Y, dígame, ¿qué diferencia hace que sea de derecha o izquierda? Este es el engaño liberal y marxista cuyo objetivo consiste en matar la comunidad política. Entonces, preguntemos: ¿estamos condenados como sociedad a batirnos entre una mala democracia y un aún peor autoritarismo social?
1.     Democracia: ¿régimen o representación?
La democracia es un régimen, no un procedimiento. Es un modo de ser y concebir la sociedad. Las elecciones no bastan. Es una comunidad que se ve a sí misma como autora de sus instituciones y que lo hace de forma explícita. Esa comunidad es política, porque ejerce sin restricciones y sin miedo la discusión, reflexión y deliberación, como manera de abordar los problemas colectivos y las tareas derivadas del ejercicio de su libertad. Esa libertad supone a la vez la apertura a todas las opiniones y la clausura de todos los dogmas. El requisito esencial de este “modo de ser” es la autocrítica, la capacidad de dialogar con las propias convicciones y mostrar apertura a la alteridad, especialmente a la propia. Apertura hacia el otro, incluido el otro que “habita en nosotros”. La democracia es la universalización de la política. Que no sea fácil, no nos da permiso para convertirla en otra cosa.
Para que la democracia sea posible es necesario que la política sea posible. Pero por política hay que entender, no la intriga de Miraflores ni la mera lucha por el poder, “sino una actividad colectiva cuyo objeto es la institución de la sociedad como tal”. Ahora bien, ¿cómo reencontrar la democracia si no estamos dispuestos a poner en duda radical todas las categorías e instituciones que nos han traído hasta la ruina actual? ¿Vamos a creer que fue fatalismo o designio de Dios o azar? ¿Negaremos nuestra capacidad de actuar sobre la situación para dejar que sea la situación la que actúe sobre nosotros para siempre?
Para salvar la democracia hay que desideologizarla, es necesario verla en forma independiente y autónoma; y especialmente separada de las ideologías dominantes: el liberalismo y el marxismo. Desde una perspectiva individual la democracia es un modo de ser, actitud, que apunta al ejercicio de la libertad como elemento esencial del ser humano que realizando actos libres responde por ellos y hace aparecer la ética. La democracia, como expresión colectiva, es la universalización de la política cuyo propósito es la constitución explícita de la sociedad como tal, de sus instituciones. La democracia no es solo consigna o procedimiento. La secuencia es la siguiente y perdónesenos el esquematismo: la democracia requiere la libertad que requiere la política que crea instituciones y hace ser la sociedad democrática, por tanto, libre. Hoy en día la democracia es usada como comodín: ¿qué ideología la negaría? Ninguna. Pero en la práctica, ¿qué ideología la respeta? Ninguna; tanto el liberalismo como el marxismo la han confiscado, la usan a su conveniencia y la traicionan.
A la democracia hay que defenderla sola, por ella misma, porque es la única manera de poner las cosas en su lugar. Una democracia mediatizada por la ideología es autoengaño, aunque la motive la mejor buena fe, y será peor si lo que la guía es sólo la “fe”. La democracia exige una “cabeza bien puesta”, requiere estar alertas al cuidado y el trabajo de la libertad y a su derivado inmediato: la necesidad de pedir y dar cuenta de la acción individual y colectiva. No acepta etiquetas ni adjetivos. Que no sea algo fácil no autoriza a disminuirla porque el peligro siempre será perder nuestro más grande bien: la libertad.
§  Fuentes y bibliografía
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Castoriadis, Cornelius (2010), La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets Ensayos, Argentina
— (2008), El mundo fragmentado, Caronte Ensayos, Argentina
— (2007), Democracia y relativismo. Debate con el MAUSS, Editorial Trotta, Madrid.
— (2005), Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, Gedisa Editorial, España.
— (2001), Figuras de lo Pensable, FCE, Argentina.
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—– Venezuela: el socialismo del siglo XXI y la enfermedad holandesa, material de discusión, en el enlace,
https://economiapoliticaehucv.wordpress.com//?s=enfermedad+holandesa&search=Ir, última visita 8 de marzo de 2015.

[1] Economista de la Universidad Central de Venezuela:miguelaponte1@gmail.com
[2] A este proceso de infiltración es a lo que llamamos “Economía Política”. Se trata de una tradición que parte con Adam Smith, David Ricardo y Carlos Marx y luego se fractura con las pretensiones funcionalistas de la teoría marginalista hasta decantar con Marshall en mera “Teoría Económica” (Economics). Desde entonces, la reflexión profunda en economía no ha hecho más que degradarse hasta convertirse en pura ingeniería. Pues bien, los herederos, tanto en la perspectiva liberal como en la marxista, han resentido esta “culminación” de la ciencia económica. Intentaremos explicarnos.
[3] Nos referimos a la obra de Cornelius Castoriadis, “La institución imaginaria de la sociedad”, que constituye una profunda reflexión que “incorpora disciplinas como el psicoanálisis, la economía y la filosofía” y formula otra manera de entender la sociedad. Referencias completas de esta obra fundamental se encuentran en la bibliografía de este papel.

[4] Cada vez es mayor la coincidencia respecto a este asunto. Véase, por ejemplo: http://prodavinci.com/blogs/chavez-vs-maduro-petroleo-popularidad-y-elecciones-por-francisco-monaldi/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Prodavinci+%28Prodavinci%29. Más importante aún es la confirmación de la constante procíclica de la política de todos los gobiernos del siglo petrolero venezolano. Desde esta perspectiva, nadie se distingue.

Por: Miguel Aponte
Economista de la Universidad Central de Venezuela
Twitter: @DoubleplusUT
Venezuela: Economía Política de la Democracia (Un ensayo para la discusión) @DoubleplusUT #especial Venezuela: Economía Política de la Democracia (Un ensayo para la discusión) @DoubleplusUT #especial Reviewed by Editor PA on 3/12/2015 Rating: 5

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