Medio ambiente, mercado e hidrocarburos, por Ángel Manuel Arias, ingeniero de Minas y abogado

Cuando se pide a expertos del sector que realicen una previsión, es probable que se nos replique que el comportamiento de los precios de los hidrocarburos, como el de toda materia prima, está sometido a fuertes tensiones especulativas, lo que hace difícil adivinar la evolución a corto plazo.

Y en refuerzo de esta prudente posición, se nos recuerde la evolución que los más antiguos han vivido (y, en ocasiones, sufrido) desde 1970 hasta ahora, con impresionantes variaciones y ratios que fluctuaron de 14 a 1. En volumen de ventas, desde los 0,5 billones de dólares/año -entre 1980 y 1990- a los 3,5 billones de dólares que se alcanzaron en 2014.

Las amplias horquillas en los precios  a corto de las materias primas, sin embargo, no son anómalas. En este tipo de bienes, y especialmente si precisan de una compleja elaboración posterior, las señales de mayor influencia sobre el mercado no provienen tanto del lado de la producción, como de las variaciones en el consumo integrado, el cual depende de muchos sectores y agentes, incluidos los especuladores.

Reservas suficientes

Los hidrocarburos -que, obviamente, no pueden cultivarse ni sembrarse- siguen esa pauta aparentemente caótica, a pesar de que se trata de un recurso limitado. Pero, al menos, mientras los yacimientos dispongan de reservas suficientes para varias décadas, con explotabilidad garantizada o previsible, y en tanto que los sustitutos o alternativas no resulten competitivos considerando las tendencias de fondo, -descontadas señales estacionales y esporádicas-, el comportamiento del mercado seguirá regido, sobre todo, por el consumo.

Si se asume la validez de estos principios, y se ponen en relación con la construcción de una estrategia energética a largo plazo, un país deficitario en recursos no debería caer en la trampa de vincularla al precio puntual del petróleo o del gas. Dependiendo, además, de su dimensión relativa, es decir, si su influencia en el mercado es pequeña y consiguiera dominar hasta lo razonable la obsesión por la autosuficiencia energética, la alternativa más eficiente sería analizar cuidadosamente las componentes del mar de fondo y, en lugar de lanzarse a bucear en aguas procelosas, pertrecharse para nadar en superficie, aprovechando las corrientes más favorables.

Metáforas aparte, cuando se toman decisiones desde la presión psicológica de un precio muy alto o muy bajo (a principios de la década de 1970 el barril Brent apenas superaba los 10 dólares; y los altos precios alcanzados en el período 2010-2014,  ya se habían visto en el pico esporádico de 1980), se arriesga despreciar la importancia de los factores subyacentes, técnicos y económicos, que son más determinantes, incluso, que la tendencia de la serie histórica.

Interés de los agentes

Para empezar, habría que eliminar los ruidos distorsionadores provocados, a sabiendas, por los agentes involucrados. Algunos elementos que forman parte del debate sobre los precios de los hidrocarburos, están destinados a generar confusión más que a informar objetivamente. La circulación de hipótesis y conclusiones contradictorias, a las que se estudia con idéntico énfasis y concede idéntico valor, no es más que un indicador de los intereses que están detrás de quienes las promueven.

Tengamos en cuenta, además, que la extracción de hidrocarburos desde sus yacimientos no es un proceso sencillo, que pudiera asimilarse a sacar agua de una arqueta, sino que reviste gran complejidad y supone altas inversiones que sería preciso amortizar. Esos desembolsos en infraestructura y exploración, y los gastos de funcionamiento de los campos petrolíferos y gasísticos, actúan asimismo de condicionantes. No siendo factible abrir y cerrar las instalaciones como quien manipula un grifo, ni se pueden retirar las torres de extracción de la noche a la mañana, o abandonar precipitadamente los campos,  los procesos productivos están sometidos a una inercia propia importante.

Tendencia del mercado

Un escenario con precios altos debería favorecer la inversión en la renovación de las infraestructuras, dedicando a ello parte de los mayores beneficios. Para los insiders, la situación supone también un acicate para prospectar nuevos yacimientos o movilizar otros que no eran rentables. Al calor de los beneficios y la esperanza de que se mantengan los precios, el sector atraerá, desde luego, especuladores y nuevos inversores. Siguiendo la lógica económico-financiera, simultáneamente, se producirán desistimientos en los propósitos de impulsar proyectos de energías alternativas, salvo que estén amparadas por subvenciones compensatorias.

Por el contrario, un mercado bajista implicará que se retrasen o aparquen muchos de los proyectos de exploración e inversión que estaban previstos. Los productores que ya tienen amortizadas sus inversiones pueden resistir, tal vez, un cierto tiempo, reduciendo producción y cambiando stocks por tesorería, pero a los recién llegados se les complicará la permanencia en el sector, y pueden verse forzados a salir del mercado, incapaces para rentabilizar sus inversiones y ahogados por las cargas financieras.

Eso ha sucedido, está sucediendo y volverá a suceder. Sin embargo, las curvas de producción y demanda del petróleo mundial,  independientemente de la evolución de los precios, mantienen una tendencia homogénea, suavemente crecientes y prácticamente paralelas. No hay motivos para dudar que así permanecerán durante, al menos, dos o tres décadas más: hay reservas suficientes y no cabe atribuir influencia significativa, en porcentaje, por la incorporación creciente al mix global de las energías llamadas verdes.  Por supuesto, ningún productor renunciará a poner en el mercado su mercancía si el precio es atractivo para su nivel de costes.

Si se acepta, en fin, el enfoque de la cuestión de los precios del petróleo hacia los provechos particulares, se suprime de raíz la credibilidad de las teorías conspirativas. No parece admisible imaginar que el gobierno saudí, con su decisión de mantener su aportación de crudo a un mercado en circunstancial recesión, consciente -como el resto de la Opep- de que un exceso de disponibilidad provocaría un efecto dominó con brusca bajada de los precios, haya actuado en coordinación con Estados Unidos, en la pretensión de causar perjuicios a Rusia, Nigeria, Siria, Argelia, Libia y ni siquiera a Venezuela.

No son decisiones cuyos efectos puedan controlarse entre Estados soberanos, sino que dependen de los efectos integrados de centenares de compañías independientes, dedicadas a la explotación y comercio de hidrocarburos, regidas por el propósito de alcanzar máximos beneficios con los que remunerar a sus accionistas.

La economía mundial está sobrecalentada

Lo que sucedió es que, después de haberse alimentado durante un par de años la creencia en un fuerte crecimiento de la demanda de los países en desarrollo (China, India y Brasil, sobre todo), con consiguiente aumento del PIB mundial, se ha impuesto la lógica de los hechos: la economía mundial está sobrecalentada y lo que existe es alto riesgo de recesión.

Con el petróleo, casi todas las materias primas (comodities, en su vocablo inglés), están reestabilizando sus precios, desde el cobre hasta el algodón o el trigo. Y, como en el caso del petróleo, la bajada de precios es, en todas ellas, igualmente inconsistente.

Después del retorno a precios bajos, y si bien la demanda aparente se contraerá un tiempo, porque los compradores especulativos a corto se lo pensarán dos veces, convencidos de que habrá tiempo de volver al mercado cuando el precio descienda aún más, la senda de suave crecimiento se restablecerá. Para el petróleo, los precios se situarán en el intervalo de los 60-80 dólares barril Brent.

Influencia sobre el medio ambiente

Termino este comentario con un apunte acerca de la controversia en considerar beneficiario o perjudicado por la situación de crisis al medioambiente. Desde luego, ha disminuido la producción de muchos bienes de consumo final, pero entre los favorecidos por la situación bajista del precio de los hidrocarburos se encuentran las compañías de transporte (el queroseno se ha abaratado en más de un 40%), la industria farmacéutica, los expedidores, y los fabricantes de vehículos (aumentó la atracción de los vehículos de alta gama y más pesados), que han incrementado su producción y, por tanto, están contaminando más.

Porque, a pesar de los buenos propósitos oficiales, si tomamos como referencia la pasada década, es de lamentar que, con aquellos precios altos, ni la industria del petróleo y del carbón, ni sus transformadores se hayan mostrado especialmente preocupados por invertir en mejorar sustancialmente la productividad. La huella ecológica, en consecuencia, no mejoró apenas, y más de 60% de las fórmulas de producción y acceso al combustible se siguen considerando convencionales.

En el futuro inmediato, con precios altos o bajos del petróleo, la protección del medio ambiente, y, en especial, la disminución drástica de las emisiones contaminantes o causantes del calentamiento troposférico, no podrá resolverse sin la implicación de los países más desarrollados, cuyos ciudadanos deberán asumir la incómoda necesidad de cambiar su estilo de vida. No menos importante será que los países menos desarrollados, consigan contener el ansia de equiparación inmediata a los niveles occidentales.

El dilema no se resolverá acudiendo a la sarcástica reflexión de Groucho Marx: “¿por qué debo hacer yo algo por las futuras generaciones? ¿qué han hecho ellas por mí?”, ni tampoco a la combinación perniciosa de las dos posiciones que, a menudo, resultan predominantes en relación con la protección ambiental, a saber, el “efecto nymby” (no en mi cercanía) y la “visión túnel” (solo analizaré la parte del problema que me atañe).

No hay solución cómoda mientras sigan defendiéndose posiciones particulares. Romper ese círculo vicioso parece muy difícil, puesto que para los partidos políticos significaría sacrificar sus opciones, ya que no es atractivo reclamar austeridad, incorporar externalidades en los costes, proponer el incremento de impuestos, etc. para ayudar a países remotos y abandonar propuestas de mejora social continua, conteniendo el deseo de crecimiento y posteridad sin límites en cada Estado.

Conclusión

Por tanto, en mi opinión, ni la geopolítica, ni la decisión de la OPEC, ni la voluntad o reticencias del Senado norteamericano, ni la codicia de inversores que hayan descubierto de pronto las opciones de la fractura hidráulica, son determinantes sobre el precio.

La previsible subida de precios tampoco tendrá que ver, al menos significativamente, con criterios ambientalistas, ni con imponer límites al crecimiento desmedido que amenaza con colapsar la economía global. Tendrá que ver con los intereses de miles de agentes que intervienen en las cuestiones de la energía, atendiendo, por encima de cualesquiera acuerdos, propósitos, intenciones expresas, no a los generales, sino a los suyos.

Fuente: Ángel Manuel Arias, doctor Ingeniero de Minas y licenciado en derecho, Vicedecano del Colegio Oficial de Ingenieros de Minas de Centro de España, vocal del Club Español de Medio Ambiente, consultor internacional y socio director del Bufete De Diego y Arias, SC

Medio ambiente, mercado e hidrocarburos, por Ángel Manuel Arias, ingeniero de Minas y abogado Medio ambiente, mercado e hidrocarburos, por Ángel Manuel Arias, ingeniero de Minas y abogado Reviewed by Anónimo on 3/21/2016 Rating: 5

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