Populismo @DoublePlusUT

Hoy los venezolanos deberíamos tenerlo muy claro: el populismo no es ni tiene ideología, es una estrategia para secuestrar el poder, para humillar la democracia, degradándola, para impedir que nunca emerja la ciudadanía como expresión de individuos libres y dignos, que se planten frente al poder y sean capaces de decir: no. El populismo es totalmente contrario a la democracia, por eso la destruye, aunque se valga de ella para imponerse. Se basa siempre en sentimientos y nunca en argumentos. Enarbola una falsa idea de justicia, otorgando derechos donde no hay y negándolos cada vez que pueden ser usados para desenmascarar su estafa: por eso desintegra al individuo, requiere siempre la pasividad de los gobernados, su subdesarrollo y una actitud de espera lastimosa: engaño embellecido con cursilería y acompañado de una satisfacción basada en el resentimiento y nunca en la autoestima.

El populismo se justifica en el fracaso institucional de la democracia; pero a la hora de las soluciones no resuelve nada pues su único propósito es el poder. La economía para él consiste en gastar un presupuesto dado, sin criterio verdadero e ignorando todo pensamiento económico; por eso su marca de fábrica es embrutecer y arruinar todo lo que toca, sin jamás reconocer la responsabilidad de sus actos; para no responder nunca por su propio fracaso divide el mundo entre buenos y malos y se erige en el único interprete de los desposeídos y, eso sí, por encima de ellos. Se asegura siempre de preparar el camino para todas las vagabunderías que cometerá luego: lo que alguna vez criticó a sus adversarios será ampliado hasta lo impensable con el insólito argumento de que “hecho por nosotros se justifica”. Es por esto que quiebra toda legalidad, toda institucionalidad, todo contrapoder.

Aunque dice inspirarse en el amor, siempre asume actitudes fascistas y autoritarias de derecha e izquierda, no importa, si a cambio logra su propósito: dominarlo a usted y a mí. Así, finalmente, el populismo no puede convivir con la política, necesita ocupar todos los espacios: todo el Estado y todo el poder. Por eso atropella toda oposición, elimina el espacio público y emplea consignas partidistas en las empresas, oficinas y medios públicos, las carteleras de los ministerios y las paredes del Metro o los autobuses: los maneja como “su” propiedad privada, como recursos propios, donde el pueblo que dice representar sólo sirve para repetir incansablemente consignas y seguir instrucciones. Nada más. El populismo siempre confía en algún iluminado, nunca en las ideas ni en la discusión abierta y menos aún en el cuestionamiento de sus realizaciones o hechos. La educación de los ciudadanos es su peor enemigo. Por eso resulta también enemigo jurado de la educación libre y autónoma.


Miguel Aponte
Profesor en la Universidad Central de Venezuela
@DoubleplusUT
En la Web:

economiapoliticaehucv.wordpress.com